A força retórica de um argumento não deve ser confundida com as realidades práticas que comprometem a sua lógica
"Dentro de los círculos proto-ortodoxos empezó a hacerse cada vez más énfasis en la necesidad de una estricta jerarquía de autoridad, en la cual el obispo supervisaba el trabajo de presbíteros y diáconos (…), y en lo importante que era garantizar que sólo se permitiera el acceso a esta dignidad a aquellos que entendieran la fe de la manera adecuada. Las habilidades administrativas eran muy valiosas, pero un correcto entendimiento de la Verdad era una condición sine qua non. En el curso de esta evolución, Ireneo, Tertuliano y sus sucesores emplearon el argumento de la «sucesión apostólica» para responder a cualquier afirmación de los gnósticos u otros a propósito de la verdad: nadie excepto los obispos nombrados por los herederos de Cristo podía tener razón sobre las preciosas verdades de la fe.
El argumento sobrevivió incluso al incómodo hecho de que para los siglos II y III ya existían obispos – incluidos obispos romanos – que habían sido declarados herejes por teólogos proto-ortodoxos bienintencionados (y con frecuencia ambiciosos). Pero como cualquiera que esté familiarizado con los debates políticos contemporáneos sabe bastante bien, la fuerza retórica de un argumento no debe ser confundida con las realidades prácticas que comprometen su lógica."
Bart D. Ehrman, Cristianismos Perdidos, Ares y Mares, 2004
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